top of page

Fotografía

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.

El Verano Infinito
Este fotolibro es una exploración fragmentaria y visceral de la adolescencia, entendida no como recuerdo lineal, sino como archivo afectivo. Las imágenes no narran: colapsan, se acumulan, se contradicen, como lo hace la ansiedad o el deseo.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Organizado en capítulos que contienen pero no domestican el caos, el libro propone una experiencia visual donde la fotografía no documenta, sino que encarna.
La herida —física, emocional, simbólica— recorre todo el cuerpo del libro como una forma de inscripción: marca lo vivido, como lo hace la fotografía y como lo hace el recuerdo. No representa el daño, sino aquello que permanece. La cicatriz como forma de memoria. La imagen como trauma que no se borra.
Otras obras de Fotografía
bottom of page